LA CULPA

26.03.2024

Desde la infancia, la necesidad de sentirnos aceptados por nuestros padres nos lleva a buscar su aprobación. Cuando actuamos de manera "buena", recibimos recompensas y afecto; sin embargo, cuando hacemos algo "malo", experimentamos desaprobación. Este patrón puede fomentar la creencia de que debemos comportarnos de acuerdo a las expectativas ajenas para obtener su aprobación.

Cuando decimos o hacemos algo que otros consideran inaceptable, se activa en nosotros una profunda necesidad de aprobación. A pesar de que nuestros padres ya no están presentes en nuestras vidas, la sensación de desaprobación puede desencadenar un deseo intenso de recuperar esa validación. Esto nos lleva a ajustarnos a las normas sociales y a intentar no decepcionar a personas importantes, incluso a costa de nuestras propias necesidades y deseos.

La culpa es una emoción incómoda que surge cuando creemos que hemos hecho algo que puede provocar desaprobación. Su función es motivarnos a cambiar nuestro comportamiento cuando nos sentimos mal por lo que hicimos o dijimos. Sin embargo, vivir en una sociedad que enseña una estricta dicotomía entre lo bueno y lo malo puede resultar problemático. Nos preocupamos excesivamente por lo que otros piensan o quieren de nosotros, a veces incluso en situaciones que no les afectan directamente. Esta necesidad de aprobación puede llevarnos a tomar decisiones en contra de nuestros propios intereses, haciendo que perdamos oportunidades valiosas.

La culpa puede ser adaptativa, permitiéndonos tomar conciencia del daño causado y motivándonos a repararlo. Este sentimiento, aunque desagradable, es necesario para nuestra adaptación social. Sin embargo, la culpa puede volverse desadaptativa cuando no hay razones claras para sentirla. En estos casos, la persona puede experimentar una sensación persistente de culpa que no se puede vincular a una causa identificable, convirtiéndose en un castigo interno.

La culpa desadaptativa provoca inestabilidad emocional, falta de iniciativa y dificultad para establecer límites, como decir "no". Puede manifestarse físicamente a través de síntomas como cefaleas, dolores estomacales, y tensión muscular. También puede dar lugar a autocrítica, baja autoestima, aislamiento y un falso perfeccionismo.

Procesos para gestionar la culpa

Para manejar la culpa, se pueden seguir dos procesos:

  1. Reparación: Este proceso implica tomar acciones concretas para reparar el daño causado, a través de comportamientos compensatorios. Esto puede significar disculparse o hacer algo positivo en lugar de la conducta que provocó culpa.

  2. Elaboración: Cuando la reparación directa no es posible, es importante reflexionar y entender por qué actuamos de cierta manera. Este razonamiento puede facilitar un aprendizaje que evite la repetición de situaciones similares en el futuro.

A menudo, cuando llevamos la culpa en nuestro interior, podemos sentir que no merecemos lo que deseamos. Por ejemplo, si consideramos que hemos sido "malas parejas", podemos cerrar la puerta a nuevas relaciones por miedo a repetir el mismo patrón. Aprender de nuestros errores es fundamental, pero no debemos permitir que esos errores paralicen nuestras experiencias futuras. Hacer algo mal en una relación no define nuestra capacidad en todas las relaciones.

Los autocastigos son otro aspecto relevante. Cuando sentimos que la sociedad no nos castiga, podemos ser nuestros propios verdugos, atrayendo situaciones o personas que perpetúan nuestro sufrimiento. Esta dinámica puede ser perjudicial, ya que, aunque intentemos expiar la culpa a través de relaciones dañinas, no estamos resolviendo la causa original de la culpa.

En conclusión, gestionar la necesidad de aprobación y la culpa es esencial para nuestro bienestar emocional. Aprender a equilibrar nuestras emociones y necesidades con las expectativas externas nos permite vivir de manera más auténtica y satisfactoria.

Carolina Alvarez Patiño